El hombre
afortunado.
Una mañana de otoño,
Juan atraviesa el bosque pensando que allí encontraría su mayor reserva de
energía. Tímido como buen pastor, va solo y sin mirar más allá del camino que
lo invita a seguir. Hay viento, mucho viento. Pero los árboles, altos como
gigantes, lo protegen.
Juan escucha con
atención a los búhos y se siente cuidado por ellos. Sabe que emitirán ese
sonido particular apenas algún intruso ose transitar su recorrido.
Las raíces
sobresalientes de los inmensos quebrachos que han quedado intactos después de
las emigraciones masivas de los pueblos perseguidos, lo hacen tropezar. Pero su
estado físico impecable hace que no caiga de ningún modo.
Recolecta semillas y
así continúa. Inclina su cuerpo. Hunde sus dedos en la tierra, cava y raspa la
superficie. Come, mastica, tritura. Se siente potente como un originario de su
patria. Hace honor al pasado. Sabe quiénes lo persiguen. Percibe que no será
encontrado. Reconoce que ese bosque le pertenece, que lo abraza y lo acuna con
sus cantos ancestrales.
Juan pierde
el miedo. Imagina a esas bestias caerse con sus topadoras. Sangrientas,
derrotadas. Y sigue su marcha. La bolsa le pesa, pero atesora todo lo
necesario. Serán unos minutos y el manto fértil de su pueblo volverá a brillar.
Los vibrantes ruidos
comienzan a sentirse a lo lejos. Sigue la dirección exacta. Se oculta detrás del tronco de un añoso árbol
y prepara el estruendo. Pinta su cara con el rojo de la sangre de sus hermanos.
Sus manos no tiemblan. Meticulosamente
revisa cada partícula y al observarlas visualiza la nueva vida que vendrá.
Los pocos hombres que
manipulan esas máquinas sonríen mientras aniquilan esa parte del bosque. Juan
espera. Espera que se distraigan y ahí mismo dejará su huella explosiva.
Abraza su bolso marrón
como a su único cómplice y compañero de la brutal hazaña que lo guie a la
liberación.
Las máquinas se detienen. Escucha como la palabra de los hombres se
distancia. Entonces, arrastra su cuerpo hasta llegar debajo de las máquinas y
deposita el bolso marrón.
Convencido de hacer lo
justo, grita “¡por mis hermanos!” y corre a toda prisa mientras un estallido
inmenso vuela al intruso. Todo se desarma inmediatamente. Y Juan, en medio del
bosque, observa como su tierra queda desprovista de invasores. Con la ayuda de
su hacha remueve los escombros, los hierros retorcidos, los restos de algo que
no le pertenece.
Cansado y feliz, se
sienta a descansar sabiendo que detrás de sus pasos vienen los otros, los que
intentaran comenzar con la otra historia.
Claudia
Hola Claudia, bienvenida a nuestro espacio literario.
ResponderEliminarHermosa historia la de Juan, que lucha por la permanencia de su estirpe. Un relato fluido, entretenido y bien narrado. aunque pienso que el final se anuncia, lo que le resta un poco de intriga a la historia. En mi opinión, siempre es importante reservar para el lector algo de sorpresa. Te felicito: buen comienzo en este espacio. Si quieres leerme, te invito a mi espacio a mi hombre afortunado de http://mauricenipapaian.blogspot.com/2018/06/el-hombre-afortunado-para-literautas.html
Hola, Maurice. Gracias por leerme. Es cierto lo que decís. A veces soy consciente de ello. Me quedo en descripciones y me cuesta plantear el conflicto y la resolución
EliminarVeremos la próxima. Pondré mas atención.